Imaginad un país donde haya buenas carreteras, los conductores sean respetuosos con los demas -ceden el paso, usan los intermitentes, facilitan la circulación y respetan a los que van a otras velocidades-, la velocidad tiene un límite pero no es un crimen superarlo. Por ello se vigila, pero no se atosiga al conductor, no se busca amedrentarlo. Se puede viajar a ritmos elevados ya que las autovías están bien mantenidas y permiten mantener cruceros de velocidad suficientes como para ir entretenido conduciendo, sin sensación de aburrimiento en las largas rectas desiertas que a veces encontramos en las autovías. Pues ese país está más cerca de lo que pensamos: es Portugal.
Cuando era un niño iba mucho a Portugal porque estaba a apenas dos horas de mi casa. “Recuerdo” que en Portugal conducían fatal, adelantaban por todos lados, era un caos. Pues, ¡vivan los tópicos! No sé si en otras partes de Portugal esto es así, o en carreteras secundarias, pero os diré que da gusto circular por las autovía portuguesas. Hacía muchos años que no iba por Portugal y me encontré con una increíble sensación de libertad y seguridad al volante.
Solamente con cruzar la frontera había dejado de ser un delincuente para convertirme en un conductor más que, simplemente, iba a un ritmo más elevado. Es cierto que las condiciones eran las idóneas: nos encontrábamos descansados y al 100% de nuestras capacidades, la climatología ayudaba, la carretera estaba en muy buenas condiciones y el coche que llevábamos no sólo permitía viajar a cruceros elevadísimos por su construcción y nivel de seguridad activa sino que además se encontraba en perfectas condiciones de mantenimiento. Antes de salir de viaje se le habían verificado las presiones de las ruedas y las revisiones estaban al día.
Pero lo más sorprendente – por desgracia, este sentimiento fue de sorpresa – es que los demás conductores facilitan el viaje. Nos sorprendía cuando un coche se ponía a adelantar haciéndonos frenar, ¡pero aun nos sorprendía más cuando se daban cuenta de que habían interrumpido nuestra trayectoria y volvían al carril derecho sin haber adelantado todavía!. Estas actitudes se veían recompensadas por un gesto de agradecimiento al pasar. Hacía años que no vivía esa sensación de educación y cordialidad al volante, ¿qué ha pasado en España para que esto sea tan sorprendente?
Pero no todo es bueno en el país vecino. Para ser el paraiso del viaje por carretera los precios de los carburantes podrían ayudar un poco, la gasolina Sin Plomo de 98 octanos se encontraba a 1,79€/litro, lo que provocaba un extraño dolor en la cartera cada vez que tocaba llenar el depósito (Guía de precios de los combustibles en Portugal). Desde luego barato no es, pero a ese precio no sólo te desplazas, sino que además vives una buena experiencia.
Cita de The Finch: Nunca había pagado tanto por gasolina y nunca me había durado tan poco.
¡Que sensación!: no ser un delincuente por disfrutar al volante. Con estas explicaciones sobra decir que disfrutamos, y mucho, de haber ido a Portimao en coche. Os lo recomiendo: viajad a Portugal este verano, disfrutad al volante (sin hacer el burro, que no es necesario) y podréis revivir una sensación que en España ha desaparecido. Las autovías y autopistas ya no son lo que eran; no discuto que no se pueda uno dar un homenaje y hacer un top speed con una velocidad punta escalofriante (alrededor de 115 o 116, recordad que a más velocidad el coche puede explotar) en algún tramo aislado, pero poder disfrutar de un ritmo realmente divertido en autovía durante cien kilómetros o más ya es casi imposible en nuestro país, aunque vayas bien equipado con los métodos de seguridad y tranquilidad legales más avanzados: un coche a la altura de las circunstancias, un avisador GPS y un detector de radares. La sensación de acoso siempre está ahí.
Además, nunca se está solo. Y cuantos más coches hay más recuerdas lo aborregada que está la masa de conductores. Como todo lo bueno, Portugal se acababa y volvíamos a entrar en territorio patrio. Por pura inercia nuestra velocidad media se redujo considerablemente pues, a pesar de que no había un tráfico denso, los otros conductores parecían estar más interesados en estorbar que en facilitar nuestro viaje. Cada día conducimos peor y, aun a riesgo de provocar malestar en muchas personas, os voy a explicar por qué pienso esto:
La gente no respeta los carriles: parece que hemos olvidado que es obligatorio circular por el carril de la derecha y que los otros carriles son exclusivamente para adelantar.
Fruto de este olvido, ahora nos encontramos situaciones desconocidas hace unos años: la gente ya no viaja en una ordenada fila que separa a los conductores por velocidades de crucero. Ahora la gente viaja en islotes de coches que viajan ocupando todos los carriles a 110 km/h.
Nos hemos olvidado de como se adelantar (y ya no voy a entrar en lo peligroso que es esto en carreteras nacionales o de doble sentido, hablo de autovías), por este motivo los adelantamientos, que deberían durar escasos segundos, se alargan incluso llegando a cifras que se cuentan en minutos. Y no sólo en adelantamientos a turismos, los adelantamientos a vehículos pesados se han convertido en lentas maniobras que provocan caravanas con la aparición de cada camión. ¿Qué ha pasado con el sentido común? Pues que ha sido engullido por el miedo a ponernos a 111 km/h y que aparezca un malvado radar de la nada y nos meta en la cárcel de una patada. Porque esa es la sensación: la gente tiene miedo y no piensa al volante.
Ahora vemos a conductores pisar el pedal de freno en línea recta, sin obstáculo alguno a la vista, para no superar accidentalmente el peligrosísimo límite de 110 km/h. ¿En qué están pensando? Además ahora es mucho más frecuente encontrarse a vehículos que se han anquilosado en el carril de la izquierda y ni se molestan en mirar el retrovisor.
Otro caso común es acercase a una pareja de coches a velocidades suicidas (130 o 140 km/h) en rectas kilométricas y cuando estamos a pocos metros de ellos, por un impulso irrefrenable, el conductor del 2º coche comienza a cambiarse de carril (sin intermitente, por supuesto) y comienza una maniobra de adelantamiento -en la que no tiene prioridad si nosotros ya nos encontrábamos en el carril izquierdo- que durará muchos segundos, nos obligará a ponernos a su velocidad (empeorando nuestro consumo ya que habremos de acelerar para recuperar nuestra velocidad de crucero) y que, para colmo, no finalizará volviendo inmediatamente volviendo al carril de la derecha -por el que obligatoriamente ha de circular, sino que se mantendrá en el carril izquierdo mientras él -o ella, lo mismo da- estime conveniente. Por supuesto, poner el intermitente izquierdo o hacer ráfagas no es una opción, pues no convertiremos en unos delincuentes acosadores suicidas.
Lo curioso es que el único de los dos conductores que ha provocado una situación de peligro es él. Pero no toda la culpa es suya. Hay que asumir la parte de culpa de la otra parte: la Dirección General de Tráfico. ¿Y por qué digo esto? Pues porque el organismo regulador del tráfico, con las repetidas campañas de acoso al conductor ha conseguido mucha cosas, algunas positivas (supongo), y otras como ésta: ha generado la ilusión de que la única falta castigable en la carretera es superar el límite de velocidad. Consecuencia de ello, la masa de conductores -inconscientemente- interpreta que todas las demás faltas no tienen consecuencias: estorbar deliberadamente a otro conductor, provocar frenazos innecesarios, cambiar de carril sin mirar por el retrovisor, cambiar de carril mirando por el retrovisor y conscientemente interrumpir la trayectoria de otro conductor, no utilizar los intermitentes… y muchas otras que aun van más allá: no llevar el coche en perfectas condiciones, no conducir con las aptitudes y condiciones necesarias para ello. Porque es la experiencia que todos vivimos.
En Semana Santa recorrí unos 1.800 km. Podía haber hecho ese viaje borracho, bajo el efecto de las drogas, sin dormir, con un cadáver en el maletero, sin la ITV pasada, con un seguro que no me cubriera como conductor, sin carnet de conducir, con un coche con los neumáticos en las lonas… pero nadie se habría percatado porque no encontré ningún control o patrulla que hubiera verificado que los conductores y los coches cumplan con unas mínimas normas de supervivencia (ya no hablo de respeto por los demás, sino por la vida misma). Lo único que encontré en mi camino -en el que encontré obras, retenciones y coches averiados- fue una batería de radares fijos y 4 radares camuflados en coches. 3 de ellos estacionados en lugares prohibidos (como tras un pilar de un puente en la autovía) y sólo unos de ellos en una carretera de doble sentido (donde se concentran la mayoría de los accidentes mortales en España) y -casualmente- se encontraba en un tramo de 50 km/h en el que no había más población que 2 casas olvidadas. Casualidad, pues el resto del tramo está limitado a 100 km/h pues se trata de rectas kilométricas con buena visibilidad.
¿En qué se ha convertido conducir en España? Pues en transportarse, lobotomizado, a 110 km/h pensando que es la única opción y que el que va más rápido es un delincuente que debe frenar para que pase yo, que para eso voy cumpliendo la ley, la ley de la DGT.
Por eso me ha maravillado Portugal, porque ha sido un viaje al pasado. Pero no al pasado de coches menos seguros y sin consciencia de la seguridad vial, sino al pasado de la libertad, del disfrutar conduciendo, de no estar injustamente criminalizado por adecuar tu velocidad a la vía o al tráfico o a las condiciones metereológicas. Un pasado al conducir con lógica, con cabeza y, sobre todo, con respeto.
Pero lo mejor de Portugal es a lo que íbamos: evento Akrapovi? en Portimao, próximo artículo en 8000vueltas. ¡Preparaos!
Me ha gustado tanto que ya estoy pensando en volver…
NDLR: Y, antes de lapidar al pobre redactor, recordad que esto es un artículo de opinión basado en una experiencia real.
Extra Lap
De postre, un demagógico extremo de mala conducción en nuestro país. Es cierto que no es una conducción generalizada, pero todos sabemos que a este conductor no le va a multar nadie mientras no supere los 110 km/h. España, ¡que país!
Extra Lap 2
Y, para rizar el rizo, esto:
Las acciones de los agentes más valoradas, y por tanto más “premiadas” por Interior son:
Sanciones en los controles de alcoholemia: De 9 a 3 puntos por intervención (en función del grado de ebriedad del conductor y la necesidad de llamar a una grúa para trasladar el vehículo o al equipo de Atestados para detener al individuo).
Detenciones: 5 puntos. El RAI valora el riesgo de la integridad física del agente, a la espera del Equipo de Atestados, o la instrucción de diligencias.
Denuncias por exceso de velocidad: 4 puntos.
Multas por no llevar el cinturón o el caso: 3 puntos.
Denuncias por no tener los papeles en regla: 3 puntos.
En el otro extremo de las valoraciones destaca el poco rédito obtenido por los agentes que informan a los conductores (0,10 puntos), protegen de accidentes (1 punto), recuperan un coche robado (1 punto), o que accuden como testigos a juicios (1 punto).
¡Qué vergüenza!
Fuente: Dvuelta
Extra Lap 3
Y hoy aparece esta noticia: ¡es que esto es un atraco!
Nada menos que a 207 kilómetros por hora iba el vehículo que interceptó este miércoles la Guardia Civil en la provincia de Soria. Y nada menos que quien lo conducía era el jefe del cuerpo, Claudio Argüello, según informa la Cadena Ser.
El, que según fuentes de la Benemérita, obliga a sus agentes a cumplir un cupo de multas por exceso de velocidad.
Fuente: Elmundo.es
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